Así se vivía en el primer Externado
El paso por el edificio de Las Galerías fue fugaz y ya en 1887 el Externado se había trasladado a su segunda sede alquilada, en el Camellón de la Alameda, o Camellón de La Capuchina en la carrera 13 con calle 16, donde permaneció hasta 1895.
Allà acogió a estudiantes de diferentes regiones del paÃs y, sin ser su lÃnea general de conducta, en ocasiones les ofreció alojamiento, favor que los jóvenes retribuÃan con la realización de trabajos varios en el establecimiento.
No era de extrañar, entonces, la variedad y exotismo de los productos, que estos jóvenes recibÃan de sus casas, “de los cuales sólo podÃa tomar su dueño el diezmo, porque el resto correspondÃa a la masa común. De Antioquia venÃa algarroba, hedionda como la valeriana, gofio o hÃgado disecado al sol; de Popayán, monos de pastilla (estoraque), dulces finos y pelotas de caucho; del Valle del Cauca, calillas de tabaco de Palmira, cajitas de dulce, chocolate y quereme para echar entre la ropa; del Tolima, chocolate, bizcocho de maÃz y tasajo de ternera; de la Costa, camarones y cocos; de Boyacá, quesos de estera, dátiles de Soatá y bocadillos de Moniquirá y de Santander, batido, tabacos de Girón, masato de Vélez en perra de cuero y paquetes de hormigas fritas” (José MarÃa Cordovez Moure).
Otra excentricidad de esos tiempos, según el mismo autor, eran los apodos que se daban los estudiantes según su procedencia:
“al de Bogotá se le llamaba mosca; al de Popayán, tragapulgas; al del Tolima, timanejo; al de Cali, calentano; a los costeños, piringos; al antioqueño, maicero; al de Boyacá, indio y al de Santander, cotudo”.
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En contexto
https://youtu.be/RBVH6h8N1Po